Ya sabemos cómo llegaron las águilas perdiceras al Mediterráneo hace miles de años. Fue gracias a los humanos

Podría parecer una curiosidad ornitológica, pero este misterio nos recuerda el enorme impacto que tenemos en el mundo

Foto 2 F David Carmona
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Basta con ver un mapa de la distribución del águila perdicera para darse cuenta de que ahí pasa algo raro. Mientras algunas especias de la familia (como la real, la moteada o la esteparia) viven en amplísimas regiones del mundo y otras (como la imperial o la audaz) sobreviven en espacio muy pequeños, el águila perdicera está en tres zonas del mundo completamente desconectadas entre sí: el sureste de China, la India y el Magreb y la península ibérica.

Y esto que podría parecer una curiosidad ornitológica, es en realidad un enorme misterio que lleva décadas intrigando a los científicos. Uno que acaban de resolver en la Universidad de Granada.

¿Cuándo llegó el águila perdicera a Europa? Según el registro fósil, no siempre hubo águilas de esta especie en la cuenca mediterránea. De hecho, como explicaba Marcos Moleón Paiz, profesor del Departamento de Zoología de la UGR, "el águila perdicera es una ‘recién llegada’ en Europa".

Por lo que sabemos hasta ahora, esta especie "comenzó a establecerse en el Mediterráneo no hace más de 50.000 años, mientras que otras, como el águila real (A. chrysaetos), han estado presentes aquí desde mucho antes”. Esto, en parte, se explica por el hecho de que a diferencia de otras especies, la perdicera soporta muy mal el frío.

"En el último periodo glacial, el águila perdicera solo podría encontrar refugio en las cálidas zonas costeras", explica Moleón. Y, si hacemos caso a los análisis genéticos, esto se ve a la perfección: alrededor del último máximo glacial, la población mediterránea de águila perdicera debió estar formada por pocos ejemplares.

El misterio crece. Porque, podríamos esperar que las poblaciones de águilas perdiceras crecieran conforme mejoraba la temperatura y las condiciones climáticas, pero ¿que hacían ahí antes del fin del último periodo glacial?

Es decir, ¿por qué el águila perdicera se instaló en el mediterráneo en un momento "tan complicado climatológicamente hablando" para ellas? Lo lógico es que, en todo caso, se hubiera establecido antes.

Una explicación llamada sapiens. Como explicaban los investigadores, "tras poner a prueba varias hipótesis alternativas, todas las piezas del puzle indican que los primeros pobladores europeos de nuestra especie (Homo sapiens) jugaron un papel fundamental".

La clave aquí ha sido analizar las interacciones competitivas que mantiene el águila perdicera con el águila real. En general, la real es la especie dominante y la perdicera, la subordinada. Es más, sabemos que "las águilas reales pueden matar águilas perdiceras y usurparles sus territorios, algo que no ocurre a la inversa".

También sabemos que el águila real y los humanos no se llevan bien.

Un boom demasiado humano. Por ello, la hipótesis de los autores es que, con la llegada de los primeros humanos modernos a Europa, "algunos de los territorios de águila real más próximos a los asentamientos humanos fueron quedando  abandonados" y, acto seguido, "empezaron a ser ocupados por águilas perdiceras procedentes del Medio Oriente".

Es decir, es posible que las águilas perdiceras llegaran muchas veces al Mediterráneo antes de la última glaciación; pero solo cuando los sapiens crearon las condiciones para que pudieran prosperar, la especie se enraizó en el territorio.

El ser humano lleva cambiando la Tierra casi desde el principio. Y eso no es nada nuevo. Perros, gatos, ratas, vacas o caballos han sido animales que tradicionalmente nos han acompañado durante toda la historia. Lo nuevo aquí es el mecanismo.

Las águilas perdiceras no han prosperado porque vivieran en una relación simbiótica con nosotros: prosperaron porque nuestra presencia eliminó a la competencia.

Paradójicamente, esa relación extraña con los seres humanos es lo que ahora, que hemos invadido toda la naturaleza, las pone en peligro. Son animales que, como el erizo de la fábula, solo pueden vivir a la distancia exacta: ni muy cerca, ni muy lejos de la humanidad.

Imagen | F. David Carmona

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